La idea original para esta entrada fue tomada del blog Generación papel, que a su vez procede del booktag «Characters I’d Love An Update On» de The Broke and The Bookish. La consigna es sencilla: personajes de los que me gustaría saber más. Me pareció un ejercicio interesante. ¿Estamos los lectores autorizados a saber más sobre los personajes que nos sedujeron por su historia (o su no-historia), más allá de su claro decurso en la página del libro? Evidentemente, hay personajes cuya consistencia textual no permite un mayor acercamiento; pero la respuesta parece ya dada de antemano: existe la fanfiction, las siempre esperadas secuelas y hasta la parodia literaria, más o menos velada…

Baldabiou (Seda, Alessandro Baricco)

Baldabiou es uno de esos personajes cuya consistencia reside en la negación de ciertos atributos de los protagonistas; en este caso, de Hervé Joncour, el no menos misterioso hombre de negocios que viaja hasta el Japón de fines de Tokugawa por seda y amor. No por ello Baldabiou es un personaje plano, coro de otros. No. De él tenemos las declaraciones enigmáticas, las sentencias cargadas de identidad que hacen desear una contranovela en que él sea el protagonista. Baldabiou representa, junto con Hélène —⁠la esposa de Joncour, pero más que mera esposa categoría⁠— aquello que se queda en Lavilledieu: el mundo de lo no dicho, estrategia que Baricco sin duda tomó de la tradición narrativa japonesa.

Una vez conocí a uno que se había hecho construir una vía de ferrocarril sólo para él.

Laura (La rosa muerta, Zoila Aurora Cáceres)

Contrario al caso anterior, de Laura interesa el estado de las cosas previo al arranque de la novela. La escena que abre La rosa muerta presenta a Laura como una personalidad en ascenso: sube «lentamente las escaleras que conducían al primer piso de una hermosa casa de París». Acaba de llegar a la recepción de un consultorio que le promete ser el oasis en su sufrimiento pero que, como narra Cáceres, es sólo el primer término de una serie de dolorosas indagaciones sobre el cuerpo enfermo.

Laura solía decir: puedo dividir a mis amigos en dos categorías: los que se enamoran de mí, y los que me cuentan sus amores.

Thomas Ward, en su edición a la novela, comenta que «con esta novela Cáceres se inserta en una tradición que podría denominarse “el discurso de la enfermedad”»… ¿Cuándo nace este discurso?, ¿quién era Laura antes de ser «la enferma»?, ¿hubo existencia del cuerpo antes o sólo la enfermedad le advirtió a Laura del espacio que ocupaba? Estas preguntas cobran especial relevancia si pesan con el final de la narración.

Carlota («De los dos lados», Adolfo Bioy Casares)

La historia de «De los dos lados» puede ser resumida como la mutua transmigración de las almas de dos amantes que poco se aman realmente: Celia y Jim. Jim llega un día a donde Celia y le revela que «esta vida no es más que un pasaje». En medio de ambos, la presencia de Carlota, una de las niñas que están bajo los cuidados de la niñera Celia en El Portón, la casona en la que conviven todos.

Como con el espejo de la fábula, después de mirarlo, todo cambiaba. Cualquiera, no solamente Carlota, podría volverse loca.

Carlota tiene una posición especial en el cuento: es de ella de quien se predican la mayoría de las descripciones —⁠conocemos su casa, sus juguetes, su gato, el rol que guarda respecto de sus padres y otros adultos⁠—, pero ella ejecuta más bien pocas acciones. Frente a Celia, Carlota aparece como una árbitro que observa impasible los movimientos que en su cancha se desarrollan. Las preguntas que se ciernen sobre su personaje no son, pues, las que indagan por información, sino las que requieren ser satisfechas con sentido. ¿Qué piensa Carlota, la esfinge que no se descifra ante su niñera?

Amanda (Distancia de rescate, Samanta Schweblin)

Schweblin es, con mucho, una de mis escritoras activas favoritas. Su narración es magnética: una vez logras entrar en su campo de acción, lo demás es un descenso en el que lo único que puedes hacer es participar. Como decía Poe, estás a merced de la escritura. La primera novela (¿nouvelle?) de Schweblin, Distancia de rescate, no es sino uno de sus ejemplos más acabados. Allí conocemos a Amanda, la protagonista y narradora; sin embargo, no es ella quien realmente conduce la narración. Es David, su hijo, la fuerza que ordena, selecciona e incluso obliga a visitar tales o cuales aspectos de la realidad contada.

Es el chico el que habla, me dice las palabras al oído. Yo soy la que pregunta.

Es una disposición narratoria muy particular, ya que Amanda actúa como médium y, por lo tanto, no conocemos del todo qué es lo que ella quería saber, porque no todo se le responde ni todo puede ser formulado a través de una pregunta. De cierta manera, Distancia de rescate se parece a jugar con la ouija: entre la tensión que se abre de pregunta a pregunta —la “distancia de rescate” de la que se habla— también hay espacio para el terror.

Hunahpú e Ixbalanqué (Popol Vuh)

Estos dioses gemelos son el centro de atención de al menos un tercio de las fascinantes historias —⁠¿historia, única?⁠— que se cuentan dentro del Popol Vuh, conjunto al que siempre viene bien echarle un ojo más allá de su condición de «libro prehispánico» —⁠sea lo que sea que eso signifique aquí⁠—. El final de Hunahpú e Ixbalanqué es bien conocido: se transforman en el Sol y en la Luna, respectivamente. Esta apoteosis nos los aleja de cualquiera intento de extensión textual, pero no así todo su recorrido anterior: son los héroes cuyas peripecias nada tienen que envidiarle a Odiseo. Inclusive, Yukio Mishima llegó a escribir sobre ellos en esta reseña.

No tratéis de engañarnos, contestaron. ¿Acaso no tenemos conocimiento de nuestra muerte, ¡oh Señores!, y de que eso es lo que aquí nos espera?

Cuando me acerqué al Popol Vuh, sus aventuras sin duda me asombraron porque no son personajes de los que realmente se pueda presentir una acción. En calidad de semidioses, sus actos actúan: lo que se cuenta de ellos son cláusulas dichas, narradas con la seguridad del designio divino, y cuya sola existencia ya mueve al interés.


Esos han sido, pues, cinco personajes y cinco identidades en vilo. Sirvan estas divagaciones como una invitación a la lectura de las obras mencionadas, seleccionadas sin otro criterio que la afección particular que profeso sobre la vida exlibro de algunas de sus figuras.