Ya llovió desde la última vez que actualicé esta serie. Y aunque sin duda mi circulación semanal ha atraído hacia sí diversidad de asuntos, el ánimo para escribir ha estado por los suelos.

A veces pienso y vuelvo a pensar. Acaricio el monólogo de mi mente, quizá solo para hilar dos o tres ideas en un posible diálogo con un amigo —⁠y que nunca llegará a darse⁠—. Pero el flujo se detiene ahí, como satisfecho únicamente con la fabulación, lejos de cualquier forma tangible.


Recién ayer comencé con la cartelera del Japanese Film Festival, al que no puedo dejar de recomendar. La edición de este año, luego de dos breves interludios con selecciones más acotadas de cine independiente, vuelve a su curso habitual: películas y series. Comencé con Hicimos de nuestro amor un ramo de flores (花束みたいな恋をした, 2021), un romance que sigue el ciclo amoroso de los mejores cinco años de una pareja de jóvenes adultos. Masaki Suda hace de coprotagonista, cosa que me tomó por sorpresa, así que decidí darle una oportunidad y no quedé decepcionado —⁠y eso que los romances hechos cine no son de mi especialidad⁠—.


De vuelta ha llegado Junio. Recuerdo, desde que lo conocí, ese poema de Paz:

Ay, presuroso Junio nunca mío,
invisible entre puros resplandores.

Es también mi último mes como becario, acaso ansiado momento de libertad. En general, empiezo a hartarme de la rutina; a conjurar planes para un futuro al que todavía le faltan días para llegar a ser. Entre tanto, las semanas se extienden ajenas, llenas de tareas que realizo mecánicamente con apenas poca injerencia. Esto que digo me lo vengo diciendo desde antes, pero toca dejarlo aquí como constancia.


Mis pruebas con la Nikon J1 han sido exitosas. Cuando empecé con las cámaras de lentes intercambiables, no me parecía que el tamaño del sistema fuera algo para tener en cuenta. Luego de algunos cambios, terminé teniendo a la J1 como cámara principal. Tiene tan solo 10 megapixeles, pero mis memorias caben ahí perfectamente. Igual de adecuado es su tamaño: cabe en la mochila sin estorbar. Imagino que la Ricoh sería incluso más conveniente, pero a la serie 1 de Nikon nadie la quiere y se puede conseguir a precios de ganga.


Sigo pensando en mi partida de Tumblr. Creo que la existencia de una estética Tumblr, por más vaga que fuera, era algo real. Me da lástima, más que otra cosa, porque era una plataforma con potencial real frente a otros modelos algo más establecidos.

En los últimos meses, sin embargo, se sentía como visitar Neocities. Sí, hay muchas cosas interesantes, llenas de personalidad; pero todo está como muerto, transitando tan lento como el caer de una gota de savia vieja. Es una realidad venida a menos.


F se tituló. La ceremonia fue como una telenovela, una con un final satisfactorio a pesar de los contratiempos —o eso espero—.


Comenzaré a escribir cartas, a enviarlas, a confiar en Correos. Ojalá todavía usen estampillas; siempre quise hacer el gesto de lamer una y colocarla en el sobre.

Cada vez más me parece que este volver al que era antes de la computadora es urgente. No porque crea en una separación tajante entre la vida virtual y la vida «real», sino porque a ratos parece que la primera consume a la segunda y, en otros, que nos obligan a consumirla.


En resumen, lo que de interesante ha pasado entre estas semanas podría quedar enterrado por banalidades.